miércoles, 24 de febrero de 2016

Estoy de mudanzas

Estoy moviendo esto aquí
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con la intención de retomarlo. Vete por allí de vez en cuando.

sábado, 20 de abril de 2013

La Puerta


LA PUERTA

Cuando Moisés Cantero abrió el grifo esa mañana se quedó perplejo. Por un momento llegó a pensar en que todavía estaba dormido y no era más que un sueño. Le hizo retroceder inmediatamente a la infancia, cuando la vida era insegura y maravillosa, un territorio desconocido.

El agua le rehuía.

Parpadeó. Quizá fueran alucinaciones, provocadas por su vista cansada. Volvió a pestañear. Apretó fuertemente los ojos, frotándoselos con los nudillos, e intentó atrapar de nuevo el agua.

Y éste volvió a esquivar sus manos. El chorro se torcía hacia las paredes del lavabo.

Movió la mano: el agua se arqueó para evitarla.

Parecía algo diabólico.

Abrió el grifo del otro lavabo. Lo mismo.

“Dios mío, es cierto”, pensó. Por un momento había llegado a creer que todo era mentira, una especie de ilusión, una broma perversa. Empezó a ponerse nervioso, a figurarse cosas tales como la manera de ducharse, de beber o incluso de lavar el coche.

Alguien más entró en el lavabo. Para entonces el grifo ya había dejado de correr. Era Sebastián, un colega de Recaudación; apenas se conocían.

-Buenos días.

-Buenas.

Sebastián mostraba una manifiesta incomodidad mientras se lavaba: Moisés lo miraba fijamente y con expresión perpleja.

-¿Todo bien?

- Eh…

- ¿Mmmm?

- Eh… no.

-¿Pues?

-Me pasa algo con el lavabo

Sebastián lo miró de forma extraña, entre molesto y precavido. “Vaya, hoy me ha tocado a mí el chalado de turno”, parecía pensar mientras se secaba.

-¿Y eso?

-Mmmm.

Se acercó, alargó el brazo, titubeó, y, finalmente, abrió el grifo.

Sebastián dio un paso atrás, sólo por si acaso. Moisés acercó su mano, algo tembloroso. El agua empapó sus dedos y se deslizó entre ellos, fresca y suave como una bendición.

Sebastián se alejó aún más, acercándose a la puerta.

-Ya veo. Se ha arreglado. – Una pausa - ¿No?

-Mmmpfff.

Moisés esbozó una sonrisa. Todo había sido un error. Una equivocación, una ilusión, quizá, ¿qué más da? Se sentía casi resucitado.

El sonido de la puerta le despertó de su ensimismamiento, y exactamente al mismo tiempo el agua volvió a esquivarle.

Moisés dio un salto atrás. Sintió un golpe de calor y repentinamente un sudor frío se extendió por todo su cuerpo. Empezó a respirar agitadamente. Apoyó la espalda contra la pared, y se deslizó por ella hasta la puerta. Necesitaba salir de allí.

En el pasillo se sintió mejor. ¿Qué podía hacer? Miró a ambos lados. Nadie lo había visto. ¿Qué estaba pasando? Se sintió algo mareado. Volvió a su puesto de trabajo a duras penas, con la cabeza gacha, evitando las miradas de los demás. Pasaría el resto del día en un estado de semivigilia, intentando concentrarse para realizar las tareas más básicas, deseando salir de la oficina y temiendo el momento en que tuviera que volver al baño.

Cuando llegó a casa su mujer se alarmó por su actitud. Lo mandó a la cama, pese los intentos de Moisés por explicarle su situación. Rechazó su calmante. En su lugar se tomó un par de copas de vino y se acostó tal cual. Quedó instantánea y profundamente dormido.

A la mañana siguiente decidió armarse de valor y darse una ducha. Con algo de aprensión abrió la puerta del baño y se acercó al grifo. Suspiró y lo abrió. Acercó muy lentamente la mano. Con la misma parsimonia el agua empezó a alejarse. Dio un manotazo, pero el agua trazó una semiesfera y escapó limpiamente. Cerró el grifo. Ni siquiera la gota más diminuta había entrado en contacto con su piel. Probaría entrando dentro de la bandeja. Se quitó la ropa. Se colocó exactamente debajo del surtidor y abrió de nuevo el grifo. El agua lo evitaba como si le recubriera una campana transparente. Le pareció algo terrible y maravilloso al mismo tiempo,

- ¡Cariño! ¡Cariñooooo!

- ¿Qué pasa? - Su mujer asomó la cabeza por la puerta, y en ese preciso instante el agua comenzó a recorrer su cuerpo, como si no hubiera pasado nada. Moisés se quedó quieto, con las rodillas ligeramente dobladas, en una postura humillada. Sonrió.

Empezó a farfullar una risa contenida.

Fue gracias a esta capacidad para encontrar la retorcida comicidad de su nueva situación que Moisés Cantero se mantuvo relativamente sereno durante los días siguientes, ocultando a sus allegados la naturaleza de su problema. Intentaba ir al baño cuando hubiera alguien más en él, y también beber agua siempre a la vista de alguien, para lo cual a veces tenía que encontrar maneras de llamar la atención de aquéllos a su alrededor. Acostumbró a lavarse los dientes al mismo tiempo que su mujer, y a llamarle mientras se duchaba y buscar excusas para retenerla el tiempo imprescindible para asearse mínimamente.

A medida que pasaban los días, Moisés Cantero fue habituándose a su nueva relación con el líquido elemento. En lugar de encontrar motivos de disgusto, buscaba oportunidades para experimentar ese particular comportamiento del agua en su presencia.

En verano se acercó unos días a la playa con su mujer. Una mañana, apenas despuntando el sol, salió a hurtadillas de la habitación. Bajó hasta la playa y buscó una cala pedregosa, vacía y apartada de todas las miradas. Se cercioró de que no había nadie alrededor y plantó un pie en la orilla. El agua se dividía al acercarse, como una sábana hendida por un filo invisible. Incluso la arena se secaba bajo sus pies. Con pasos cada vez más firmes, iba horadando un pasillo líquido que se cerraba tras él. Pronto comenzó a sellarse también sobre su cabeza, para finalmente encontrarse caminando en el centro de una diminuta burbuja bajo el mar. Moisés creyó hallarse en posesión de un poder ignoto, primordial y aterrador. Podía examinar la vegetación marina en el suelo, secándose de inmediato al tocarla. Alrededor suyo podía vislumbrar sombras de peces.

De pronto se dio cuenta de que bajo sus pies se había formado un camino adoquinado. “Debe tratarse de un efecto producido por la erosión”, pensó, Continuó avanzando y apareció, sumergida frente a él, una sombra de gran tamaño. Al acercarse y apartarse el agua, descubrió un muro algo más alto que él, con una puerta oxidada y oscura que tenía una inscripción a la altura de sus ojos. Se aproximó para leerla. No era fácil, pues la enorme masa de agua apenas dejaba pasar la luz del amanecer al interior de la burbuja, pero finalmente pudo entrever, mientras sentía un vuelco en el corazón, que la inscripción rezaba:

“Moisés Cantero”

Dio un paso atrás y examinó mejor la puerta. Tenía los bordes oxidados y una pesada manilla de plomo. Acercó la mano, en un estado de suspensión, con una leve sonrisa en sus labios. Tiró del picaporte, que soltó un quejido mientras cedía. Entre los gemidos de los goznes se dejaba oír un lejano chapoteo. Todo era negrura, pero al fondo se podía apreciar un leve resplandor de un color indefinido.

Moisés ya no dudó. Entró y cerró la puerta tras de sí.

sábado, 23 de junio de 2012

Querido Ray



Te fuiste hace ya varias semanas, silenciosamente. Algún escritor dio la noticia en menos de 300 palabras, en un diario de tirada nacional. Ya ves, Ray, es lo que se lleva ahora. Microrrelatos, lo llaman. Quién nos lo iba a decir, al final en vez de quemar los libros han terminado licuándolos. Parece que la literatura de verdad, la que tú escribías, ya no interesa.

La verdad, Ray, es que ya ni recuerdo cómo nos conocimos. Creo que llegué a ti atraído por la fama de tus Crónicas Marcianas. Te hará gracia saber que en España teníamos un show de entretenimiento televisivo con ese nombre. Un dia un amigo mío fue a comprar tu libro a unos grandes almacenes, y el dependiente le contestó “todavía no lo han sacado, lo van a sacar, pero todavía no ha salido; si quieres tienes los vídeos y el disco”.

Lo que sí recuerdo, Ray, es que desde el momento en que empecé a leerte, ya no pude dejarlo, hasta agotar todos y cada uno de tus libros en la Biblioteca Pública. Tenía que contártelo; sé que eso te hubiera gustado saberlo.

Hay pocos libros que haya leído más de una vez. Tus “Crónicas” es uno de ellos. Venían en esas maravillosas ediciones de tapa dura de Minotauro, hoy ya imposibles de encontrar. Durante un tiempo estuve buscando la de “El País de Octubre” y no hay manera. Ése es otro de mis favoritos, además de “El vino del estío”, que es un libro que le cambia la vida a uno.

Creo, querido Ray, que este es tan buen momento como cualquier otro para releer tus libros, y volver a maravillarme.

Te echaremos de menos, amigo.

jueves, 12 de enero de 2012

Galaxy Song


Sólo recuerda que estás en un planeta que evoluciona
Y da vueltas a a novecientas millas la hora,
Que orbita a diecinueve millas por segundo, según los cálculos,
Alrededor de un sol que es la fuente de toda nuestra energía.
El sol y tú y yo y todas las estrellas a la vista
Se mueven a un millón de millas cada día
En un brazo externo en espiral, a cuarenta mil millas la hora,
De la galaxia que llamamos “Vía Láctea”
Nuestra galaxia contiene cien billones de estrellas
Mide cien mil años luz de lado a lado
Tiene un bulto en el centro, dieciséis mil años luz de alto,
Pero desde aquí solo tiene tres mil años luz de ancho.
Estamos a treinta mil años luz del centro de la galaxia,
Al que damos una vuelta cada doscientos millones de años,
Y nuestra galaxia solo es una de millones de billones
En este sorprendente universo en expansión.

El universo mismo sigue expandiéndose y expandiéndose
En todas las direcciones por las que pudiera zumbar
Tan rápido como puede, a la velocidad de la luz, sabes,
12 millones de millas por minuto, y esa es la velocidad más rápida que existe.
Así que recuerda, cuando te sientas muy pequeño e inseguro,
Qué sorprendentemente improbable es tu nacimiento,
Y reza para que que haya vida inteligente en algún lugar del espacio,
Porque aquí en la Tierra todo es una jodienda.

martes, 13 de octubre de 2009

Bastardos Infames

Elabore usted una buena base de cine clásico, añádale un buen chorro de amor incondicional al séptimo arte (sin miedo: cuanto más, mejor). Después, cuando haya fermentado todo esto, cubra con una buena dosis de la insolencia propia del espaguetti-western, alternando con la libertad formal de la Nouvelle Vague. Para terminar, aliñe al azar con estallidos de violencia a la manera de Sam Peckimpah, combinados (pero no revueltos) con unas gotas de suspense hitchcockiano.

Y si, por ventura, a todo esto lo acompañamos de un guión superlativo, un personaje (el oficial Landa) que entra desde ya en la mitología del cine bélico, y al actor que lo interpreta, literalmente en estado de gracia, se encontrará usted con una película como Inglorius Basterds (aquí maltraducida como Malditos Bastardos), ante la que solamente se puede callar y (volver a) disfrutar del cine como enanos.

sábado, 1 de agosto de 2009

Como un soplo

Ayer te sentí, Laura. ¿Me sentiste tú? Como un soplo en mi piel, así te noté, como la risa de un ángel. ¿Me notaste tú así, Laura? Como la brisa en la playa, o el remolino de un manantial, así te sentí, Laura mía. ¿Tocaste mis dedos tras la piel de mamá? Una burbuja en el mar, o el pulso de una estrella, se deben de sentir como te sentí yo a ti, Laura. ¿Me dijiste “hola” con tu brazo? ¿Me sonreíste con tu piel? Casi puedo verte al otro lado, esperando nacer. El tiempo es la más larga de las montañas, Laura. Tus caricias son fresco maná en este camino. ¿Volverás a hablarme?